Ejemplaridad
Toda época convulsa es caldo de cultivo propicio para las crisis de valores, la confusión de la identidad, la tergiversación de la realidad y la adulteración de lo genuino. En un mundo gobernado por el peso de lo económico nadie podría afirmar con certeza que la crisis económica precede al deterioro moral o si es la quiebra de los valores éticos lo que antecede a la crisis económica. Al final, todo se junta y el resultado es perverso, confuso y especulativo. Entonces surgen las necesidades de cambio, marcadas por la angustia (a veces, el hambre), entrando en una nueva fase caracterizada por la urgencia, la irreflexión y la precipitación conductual.
Parece que esta década del siglo XXI está marcada por una profunda falta de ejemplaridad. Quizá el paradigma más claro sea la política; pero otros sectores de la vida no están exentos de esta escasez de modelos. Falta ejemplaridad en las familias, cada vez más debilitadas por divorcios, separaciones, conflictos y reyertas, cuyas causas complejas minan los cimientos de cualquier principio de sociedad. Falta ejemplaridad en la educación, donde la crisis educativa resta valor a los maestros, secuestra el poder a los educadores y les desconecta de una fórmula de equilibrio con las familias; surge la improvisación educativa, los atentados a la naturaleza de las cosas, la obscenidad de la ideología como yugo a la biología. Falta ejemplaridad en la universidad y en la educación superior, predominando la titulación sobre el conocimiento, la compra de credenciales y la venta de la equidad. Falta ejemplaridad en el amor, en la búsqueda compartida de un futuro en pareja que proyecte creatividad, progreso, entrega, sacrifico, sentido de la responsabilidad y capacidad de aguante ante la adversidad y el conflicto. Falta ejemplaridad en el trabajo, convertido en yugo frente a la realización personal; la trampa del absentismo y el fraude de quienes lo justifican sin motivo formal. Falta ejemplaridad en las autoridades (locales, autonómicas, nacionales), que anteponen la egolatría, los intereses personales o de partido y las prebendas fraudulentas al ejercicio del servicio a la comunidad, el pensamiento de estado, o el bien común. Falta ejemplaridad en el respeto a la autoridad, a los que entregan su vida para preservar la seguridad de sus semejantes, su salud espiritual o su bienestar corporal. Falta ejemplaridad en la consideración a los mayores, nuestros progenitores, los que forjaron la sociedad que tenemos y que ahora son víctimas despreciadas y marginadas por sus propias criaturas.
Decía Esopo (siglo VI a.C) en sus Fábulas que el ejemplo es el mejor precepto. Ambrose Bierce (1881-1911) afirmaba en su The Devil’s Dictionary que es mejor ser ejemplar que seguir el ejemplo; y un proverbio inglés sostiene que el ejemplo de un hombre bueno es filosofía visible.
Si las familias no marcan el modelo de conducta cívica, los principios de honradez, ética y moralidad; si las escuelas no enseñan a pensar en libertad y respeto; si la universidad no exige rigor y esfuerzo para acreditar potencial valor profesional; si no amamos para la eternidad; si no trabajamos por nuestro desarrollo personal, más allá de un salario justo; si la ambición desmedida está por encima de nuestro valor real; si no somos capaces de demostrarnos a nosotros mismos que el gobierno de otros es el servicio más loable que podemos hacer a nuestros semejantes, no para subyugarlos, explotarlos y conseguir fraudulentamente sus votos, sino para guiarlos en el camino de la superación y el progreso colectivo; si no sabemos otorgar valor y gratitud a quienes nos protegen con su vida de entrega; si carecemos de la sensibilidad y la ternura necesaria para dar calor, cariño y seguridad a quienes nos dieron la vida, se sacrificaron por nuestros intereses para que les superásemos, y nos guiaron en la vida para pasarnos el testigo de su modelo de familia…¿Qué estamos realmente mostrando a los que nos siguen!?¿Qué modelo de sociedad estamos confeccionando para las generaciones venideras?
“La vida es como un juego, decía Séneca en sus cartas a Lucilius; no es la duración sino la excelencia de los hechos lo que importa”.