Creatividad versus Necesidad

Lo que supuestamente diferencia al ser humano de otras especies, además de su estructura biológica y su cerebro, es la capacidad de progreso, una inteligencia adaptativa y moldeable capaz de modificar la realidad en función de sus intereses, y su imaginación creativa. La creatividad es la base de la cultura, la literatura, el arte, la tecnología y la ciencia que transforman el mundo segundo a segundo gracias al impulso imaginativo de la mente humana. Puede que el fundamento de la creatividad esté en los genes y en la educación, pero una gran dosis de la energía creativa está en la necesidad.

Un proverbio persa dice que la necesidad transforma al lobo en zorro. En sus Discursos, Epicteto sostenía que no hay nada en el mundo que haga más fuerte al hombre que la necesidad; lo mismo opinaba Eurípides; y Esquilo creía que nadie puede contra la fuerza de la necesidad. Chaucer fue el que dijo aquello de “hacer de la necesidad virtud” en The Canterbury Tales en 1387. El astuto Benjamin Franklin pensaba que la necesidad nunca es barata. El genio de Leonardo da Vinci apuntó en su cuaderno de notas en el 1500 que “la necesidad es una ley de la naturaleza”; y Platón escribió en La República que “la necesidad es el verdadero creador y la madre de nuestra invención”. Por lo tanto, parece que hay plena convergencia de opiniones entre los sabios que nos precedieron, y de los cuales hemos aprendido muchas cosas útiles, en que la necesidad es un ingrediente fundamental en el caldo de cultivo donde nacen las reacciones creativas y la energía creadora que hace al hombre sobreponerse a las adversidades y crear nuevos caminos en su existencia. La reflexión que habría que hacer es si la educación que transmitimos, el concepto de opulencia que procuramos y los horizontes que definimos como metas en la vida son apropiados para que surja el impulso creativo. Si en las sociedades desarrolladas confundimos el estado del bienestar con la falta de austeridad; si luchamos por determinados derechos y conscientemente ignoramos nuestras obligaciones; si nos marcamos el ocio como un objetivo vital frente al sacrificio por la superación, quizá estemos esterilizando la capacidad creativa del cerebro y creando un campo de minas a la moralidad que debiera prevalecer en todo pueblo civilizado para garantizar la convivencia y el progreso social, cultural y científico.

Decía François Mauriac en su obra Trois grands hommes devant Dieu (1930) que “sólo apreciamos aquello de lo que carecemos”. Su compatriota Rousseau afirmaba en Reveries of a Solitary Walker (1782) que “las pequeñas privaciones se soportan fácilmente cuando el corazón es mejor tratado que el cuerpo”; y para el gran Bertrand Russell “estar sin algunas cosas que queremos es una parte indispensable de la felicidad”. Emerson publicó en un periódico de 1834 que “los mejores poemas del mundo son expedientes para poder comer”. Francis Bacon, en sus Essays de 1625, en la parte titulada Of Parents and Children, escribía: “Los trabajos más nobles proceden de personas que buscan expresar las imágenes de sus mentes en donde sus cuerpos han fracasado”. Frank Barron decía en Think (1962) que “las personas creativas son una mezcla entre primitivas y cultivadas, entre destructivas y constructivas y, sobre todo, más locas y más cuerdas que la gente común”. Nuestro Cervantes también dejó constancia en su Quijote de 1605 que “cada obra refleja a su autor”. Lawrence Durrell (1959) coincide con Cervantes en que “nuestros inventos son el reflejo de nuestros deseos más íntimos”; y algo parecido pensaba Elbert Hubbard en 1929, que en sus notas dejó escrito: “el hombre, igual que Dios, crea a imagen y semejanza de sí mismo”. Bernice Fitz-Gibbon ironizaba en su Macy’s, Cimbel’s and Me (1967) con que la creatividad es inversamente proporcional a la cantidad de cocido que nos metemos.

Otros muchos autores han opinado sobre la creatividad desde diversos puntos de vista. Erich From en Man for Himself (1947) plasmó la hermosa frase: “la principal tarea del hombre es crease a sí mismo”; y en Art of Loving (1956) continuaba con que “el hombre se funde con el mundo en el proceso de la creación”. Alphonse Karr (1841) defendía que solo podemos inventar con la memoria. Thomas Babington MaCaulay en Milton (1825) escribía que “la generalización es necesaria para el avance del conocimiento, pero es particularmente indispensable para la creación imaginativa”. Por su parte, Thomas Mann dejó caer en Death in Venice (1903) que uno debe morir para realmente ser un creador. W. Somerset Maugham decía en The Summing Up (1938) que el artista produce para la liberación de su alma; y Paul Goodman mantenía en su Growing Up Absurd (1960) que “todos los seres humanos son creativos, pero pocos son artistas”. Por su parte, Nietzsche recurría a la locura, en el prólogo de Thus Spoke Zarathustra (1883), para justificar la creatividad: “Uno debe vivir en el caos para dar a luz una estrella”. Boris Pasternak nos recordaba en I Remember (1959) que “en la vida es más necesario perder que ganar, pues una semilla solo germina si muere”. También hay un componente de placer y satisfacción en el arte creativo. Séneca decía en Cartas a Lucio, allá por el siglo I de nuestra era, que “el artista encuentra más placer en pintar que en acabar el cuadro”. Algo similar se vislumbra en una entrevista a Dmitri Shostakovich en el The New York Times del 25 de octubre de 1959, en donde manifestaba que “un artista creativo trabaja en su próxima composición porque no está satisfecho con la previa”. Igor Stravinski, en su autobiografía, echaba mano del amor como fuerza creativa: “para crear debe haber una fuerza dinámica propulsora, y ¿qué fuerza es más potente que el amor?”. Concluimos con la mente privilegiada del heterodoxo Oscar Wilde: “La imaginación imita; es el espíritu crítico el que crea”.

Pensar, discurrir, imaginar, fantasear, desear, ambicionar…nada tiene sentido, en términos prácticos, si al acto reflexivo no le sigue la acción. Cuando una idea no se convierte en un acto creativo, físico, tangible, perceptible, cuantificable, experimentable…es una idea estéril. La creatividad es el espejo en el que se refleja nuestra capacidad de progreso como especie.
Ramón Cacabelos
Catedrático de Medicina Genómica