Consejos al profesor universitario
In virtute sunt multi ascensus
En la excelencia hay muchos grados
(Marco Tulio Cicerón)
Aequam memento rebus in arduis servare mentem
Acuérdate de conservar la mente serena en los momentos difíciles
(Quinto Horacio Flaco )
Homines, dum docent, discunt
Los hombres aprenden cuando enseñan
(Lucio Anneo Séneca)
Ab Iove principium (vamos a empezar con lo importante). No hay universidad sin profesores que enseñen ni hay universidad sin alumnos que aprendan. Esta obviedad se rompe cuando el profesor monta su carrera a espaldas de su responsabilidad docente o cuando el alumno espera pasar por la universidad sin que la universidad pase por él/ella. Ya sé que no eres amigo de escuchar homilías, especialmente si el sermón proviene de un igual. Este semejante ya va mayor, un poco escorado por los sexenios, suficientemente joven para no perder perspectiva, y con la humildad suficiente para apoyarse en la sabiduría de otros, con el fin de que nada de lo que diga ofenda. Como la mitad está hecha cuando se comienza (dimidium facti qui coepit habet), según diría Horacio, déjame empezar diciendo que lo más importante eres tú, porque de lo que tú hagas y digas dependerá el futuro de todas las criaturas que pasan por tus manos. La calidad de la madera es importante, pero el resultado final depende de la habilidad de las manos del escultor en el manejo de su talla. El escritor italiano, de origen griego, Arturo Graf (1843-1913) decía que “excelente maestro es aquel que, enseñando poco, hace nacer en el alumno el gran deseo de aprender”. A ti ya te llegan mulliditos, trillados del bachillerato, cargados de los muchos o pocos vicios que sus casi dos décadas de vida les permiten, cada uno con sus propias tragaderas juveniles; y no siempre se cumple aquello de Ludwig Benjamin Henz (1798-1870), el ingeniero alemán de ferrocarriles, de que “solo mediante la repetición de actos buenos y nobles es posible lograr la adecuada formación moral que caracteriza siempre a la buena educación”.
No vivimos tiempos donde este ejemplo sea la norma. Otro alemán de la misma época, Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), decía que “el perro, si está bien educado, se equipara incluso a un hombre sabio”. Para que la cosa empiece bien y puedas enderezar los entuertos heredados, sírvete de Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.): Luce sunt clariora tua concilia omnia, que todos tus consejos sean más claros que la luz y, si es posible, que tu verbo siga el testimonio de tus actos; de lo contrario, harás más daño que bien, porque tus feligreses son bichos miméticos que actúan por analogía sin previo análisis de las causas del movimiento-reacción. Ahí tienes que ser el Felix qui potuit rerum cognoscere causas – feliz el hombre que está capacitado para descubrir las causas de las cosas. Enséñales a pensar, no a ser loros que recitan los dogmas de tus lecciones. “Es menester haber estudiado mucho para llegar a saber un poco”, decía Charles-Louis de Secondat, barón de Mostesquieu (1689-1755); diles que no están obligados a jurar acatamiento a las palabras de ningún maestro (Nullius addictus iurare in verba magistri). Convénceles de que el Aurea mediocritas es una mezcla de cobardía e incompetencia que deben erradicar de sus mentes. Diles que es bueno perder el juicio alguna vez (Dulce est desipere in loco), como decía Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.), que de vez en cuando es agradable hacer una tontería (Aliquando et insanire iucundum est), como diría Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), pero que no hay camino fácil de la tierra a las estrellas (Non est ad astra mollis e terris via), que el que quiere alcanzar la meta deseada en la carrera, de niño debe soportar y hacer muchas cosas, sudar mucho y pasar mucho frío, y abstenerse de Venus y de Baco (Qui studet optatam cursu contingere metam multa tulit fecitque puer, sudavit et alsit Abstinuit Venere et Baccho), que el trabajo tenaz todo lo vence (Labor omnia improba vincit), que la perseverancia en el esfuerzo cotidiano debe ser como la Labor limae, el trabajo de la lima que da forma y pule al duro hierro. Recuérdales lo que predicaba Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-17 d.C.), que lo que se persigue con celo se convierte en costumbre (Abeunt studia in mores). Enséñales a ser libres. “Donde hay educación, no hay distinción de clases”, decía el filósofo chino Confucio (551-479 a.C.). “Abrid las escuelas para cerrar prisiones”, decía el poeta y novelista francés Victor Hugo (1802-1885). Enséñales a ser hombres. “Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”, decía el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804).
No te confundas creyendo (o intentando convencerte) de que en la universidad solo se transmiten contenidos, que no hay cabida para la educación integral. Si la universidad no completa el ciclo formativo, donde educación y formación se funden en un todo integral que conforma a la persona, estaremos fabricando incompetentes cuando la vida se presente ante ellos con todas sus máscaras. Y tú te habrás convertido en un eslabón más de la cadena de incompetencia educativa. Se acordarán de ti, pero no para admirarte. Que tus hijos recojan tus frutos (Carpent tua poma nepotes). Ellos son tus hijos, los herederos de tu conocimiento y de tu ejemplo. Y tú tienes la obligación de darles lo mejor de ti.
Tampoco creas que lo que no hayan aprendido de sus padres o de sus maestros en la escuela elemental ya no lo van a aprender en la universidad. En la infancia se aprenden cosas, en la juventud se consolidan y en la madurez se recogen los frutos (la vejez es el resultado del éxito o el fracaso de todo el recorrido previo). La universidad no puede ser solo una correa de transmisión del conocimiento; ese conocimiento tiene que asentar en el cimiento de las personas para dar respuesta a los problemas de la sociedad en la que viven. Si no eres capaz de hacer sensibles a tus alumnos, para que se corresponsabilicen del entorno que les rodea (familia, sociedad, trabajo, justicia, salud, respeto), el poso de conocimiento que puedas dejar en ellos será mera cosmética curricular. Estás formando seres humanos, labradores del futuro, líderes sociales, mano de obra cualificada. Detrás de cada cual hay una historia personal, con sus dudas, sus frustraciones, sus angustias, sus miedos, sus ambiciones. Necesitan ver en ti el espíritu de la universidad, la magia de esa entidad que todos imaginamos llena de virtudes, capaz de identificar luces en las sombras, especialista en buscar la verdad (el gran principio de toda ciencia), abierta a todo y a todos, ejemplo de superioridad intelectual y espiritual.
Tus alumnos necesitan saber que no todos podemos hacer todo (non omnia possumus omnes), que cada cual tiene sus capacidades y sus limitaciones; por eso tienes que personalizar la formación que impartes. Tienen que saber que la fortuna ayuda a los fuertes (fortes fortuna adiuvat) y que tú debes ser ejemplar en ese ejercicio de fortaleza, porque la mente mueve a la materia (mens agitat molem).
Tus alumnos viven un tiempo crítico en sus vidas, donde las relaciones interpersonales que establezcan van a marcar su futuro. De tu experiencia deben aprender que la amistad siempre aprovecha y que el amor hiere a veces (Amicitia semper prodest, amor aliquando etiam nocet), que todo amante puede hacer la guerra (Omnis amans militat). Tienes la oportunidad de hacerles saber que cuando son felices y las cosas van bien tienen muchos amigos, pero que cuando el cielo se nuble estarán solos (Donec eris felix, multos numerabis amicos: Tempora si fuerint nubila, solus eris), como ya nos anunció Ovidio hace más de 2000 años y nos recordó Cervantes (1547-1616) en su Quijote en 1605. Tienen que saber que nada es seguro para el hombre (Nil homini certum est), que se es vulnerable cuando se vive incompleto (Tacitum vivit sub pectore vulnus), que la gota horada la piedra no por la fuerza sino por la constancia (Gutta cavat lapidem, non vi sed saepe cadendo), y que nada se seca más pronto que una lágrima (Nihil lacrima citius arescit), como diría Cicerón.
Ellos tienen que aprender de ti que la conciencia es más importante que cualquier discurso (Mea mihi conscientia pluris est quam omnium sermo), que la ceniza iguala a todos (Aequat omnes cinis), que la justicia es la reina de todas las virtudes (Iustitia est regina virtutis), y que quien perjudica a los buenos está beneficiando a los malos (Bonis nocet qui malis parcet).
Quizá ellos esperan de ti obviedades como que “errar es humano pero permanecer en el error es diabólico” (Errare humanum est, perseverare diabolicum), que “mal de muchos consuelo de tontos” (Dulce maerenti, populus dolentum), o si quieres ser un poco más trascendente podrías decirles aquello de que “el destino conduce al que se somete y arrastra al que se resiste” (Fata volentem ducunt, nolentem trahunt), como nos adoctrinó Séneca en sus Epístolas Morales o en Cartas a Lucio. Ellos quieren verte poeta, aunque enseñes física cuántica, o les encantaría sentirte científico y cargado de rigor, aunque enseñes poesía; porque para ellos eres el ejemplo presente, el modelo a seguir. Quieren verte cotidiano, quizá diciéndoles que la abundancia de alimentos entorpece la inteligencia (Copia ciborum, subtilitas impeditur), sin que les adoctrines sobre la gula o la mesura. Tienes que prevenirles frente a ciertos peligros, con los que más pronto o más tarde van a encontrarse. Prevenles frente a los excesos y anímales a cultivar la sobriedad; ya sabes que la embriaguez no hace vicios, solo los evidencia (Non facit ebrietas vitia, sed protrahit). Deben saber que no hay castillo lo suficiente fuerte que se resista al dinero (Nihil tam munitum quod non expugnari pecunia possit), pero que la fortuna no da la sabiduría (Fortuna non addit sapientiam); que nuestros pensamientos son libres (Liberae sunt nostrae cogitationes), como decía Cicerón en De Senectute, pero que somos esclavos de las leyes para poder ser libres (Legum servi sumus ut liberi esse possimus); que nada es bueno salvo lo honesto (Nihil utile nisi quod honestum), que tan grande es la fuerza de la honradez que hasta la apreciamos en el enemigo (Tanta vis est probitatis, ut eam vel in hoste diligamus), que no en nuestro linaje sino en nuestras acciones es donde debemos buscar el lustre a nuestros apellidos (Non domo dominus, sed domino domus honestanda est), como nos enseñó Cicerón.
Instrúyeles en la humildad: Omnia mea mecum porto (todo lo mío lo llevo conmigo), decía Bías de Priene. El exceso de alforjas resta libertad al burro. Optimum cibi condimentum fames (el mejor condimento es el hambre), decía Cicerón en de Finibus II. Es cierto que en nuestra sociedad hay tantas cabezas como opiniones (Tot capita, tot sententiae), lo cual no es nuevo y es muy humano; pero puedes incitarles a ponerse en la piel del prójimo para no ser rígidos, para no juzgar a la ligera, para no ser fanfarrones, para saber respetar y poder ser respetados. Séneca decía In oculis vitia aliena habemus, a tergo nostra sunt (tenemos en los ojos los vicios ajenos, los nuestros están en la espalda), y aconsejaba la tolerancia y la obediencia para facilitar el gobierno (Nemo autem regere potest nisi qui et regi – nadie puede gobernar sin ser también gobernado), igual que Cicerón (Qui modeste paret, videtur qui aliquando imperet dignus esse – el que obedece con modestia, es digno de tener el mando algún día). Muéstrales el camino de la solidaridad, la sociabilidad, el espíritu cooperativo; hazles ver que familia, sociedad y patria debieran ser la misma cosa. Séneca fue quien dijo Homo sit naturaliter animal socialis (el hombre por naturaleza es un animal social). Patria est communis omnium parens (la patria y la comunidad son nuestros padres), afirmaba Cicerón, sin perder novedad; y esto no lo cambia la virtualidad del ciberespacio en el que nos sumerge internet. Universus hic mundus una civitas exsistimanda (este mundo en su totalidad ha de ser considerado una sola comunidad ciudadana), predicaba el mismo Cicerón. Enséñales a intuir y anticipar el futuro para que no se estrellen, para que cuando llegue el momento dispongan del recurso de una buena estrategia. Cicerón también sabiamente decía que “no podemos cambiar el pasado, pero debemos prever el futuro” (Praeterita mutare non possumus, sed futura providere debemos).
No permitas que el hastío, el aburrimiento o la desidia habiten en tu entorno académico. Recuerda que ningún día es largo para el que está ocupado (Nullus agenti dies longus est), como pensaba Séneca. Edúcalos en el manejo de la brújula de la vida, asumiendo que ningún viento es favorable para el que no sabe a qué puerto va (Ignoranti, quem portum petat, nullus suus ventus est), y nunca te canses de orientarles hacia la estrella de la bondad (Pars magna bonitatis est velle fieri bonum – gran parte de la bondad consiste en querer ser bueno), insistiendo en que el lenguaje de la verdad es sencillo (Veritatis simplex oratio est), y que vivir es luchar (Vivere militare est), como decía Séneca a sus discípulos. Sé ecuánime y equilibrado a la hora de orientar sobre el valor de cada enseñanza y recuerda que las artes prestan un servicio a la vida, la sabiduría la gobierna.
(Artes serviunt vitae, sapientia imperat).
Ab imo pectore
(Con todo mi corazón).