Consejos al hijo adolescente
Estás atravesando una de las épocas más apasionantes y complejas de la vida. Es ese tiempo turbulento en el que ves desaparecer las sombras de la infancia, con sus ventajas e inconvenientes, y empiezas a vislumbrar la puerta de acceso al mundo de los adultos. Es esa edad en la que explotan las pasiones de la carne, en la que todo parece un cielo cambiante de primavera, en la que empiezas a llevarte los primeros castañazos del desengaño. Es un momento en el que uno no sabe realmente donde ubicarse, si dentro o fuera de uno mismo. Es un túnel en el que a veces hay que andar a tientas; un cuadrilátero en el que te caen los golpes sin saber donde está el enemigo. Es una frontera a la que deseas llegar y cuando estás cerca nada parece ser como imaginabas.
Irremediablemente, esa travesía la tenemos que hacer todos, cada uno a su manera. Una vez que la pases, a trompicones, descubrirás que ese mundo-invento tuyo era muy viejo. Te darás cuenta que las ruedas de ese carro al que vas subido llevan muchos años dando vueltas. Ya sé que es una edad en la que no gustan los consejos; pero quizá es la edad en la que apoyarse en la experiencia es el mejor cayado, montaña arriba, para evitar resbalones innecesarios. Ya sé que muchos mayores dicen que los jóvenes actuales sois un desastre: cómodos, holgazanes, traviesos, irresponsables, desobedientes. No te preocupes. Los jóvenes siempre han tenido una conducta similar en cualquier época de la historia. Mira, decía Sócrates (470-399 a.C.), aquel famoso filósofo griego, que “los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. ¿Te suena de algo? Es actual ¿verdad? El caso es que esto lo escribió Sócrates 400 años antes de Cristo.
Sabes que no me gusta dar consejos, aunque reconozco –como ya decían los romanos- que “el buen consejo no tiene precio” (Res Sacra Consilium). Soy consciente de que si te los doy, no siempre querrás oírlos; y si no te los doy, algún día me echarás en cara que no te hice puñetero caso cuando me necesitabas. Como estás hecho un lío, te sugiero que te sientes y hablemos. Si me preguntas sobre lo que debes hacer para salir de este follón en el que se mezclan confusión, atolondramiento, altivez, complejos, frustraciones, fracasos, chascos, desengaños y demás elementos desestabilizantes de tu armonía mental, te diré que basta con aplicar 3 reglas (no leyes) para que se ilumine el camino: (1) pureza espitual, (2) jerarquía de valores y objetivos, y (3) cumplimiento y ejecución fiel de tus principios.
Si eres un espíritu puro serás capaz de preservar el alma limpia de tu infancia; serás como una esponja, como un coral que se deja atravesar por el agua cristalina de la verdad; serás capaz de entrar en el mundo sucio de los mayores sin apenas mancharte, sin que te domine la vileza, la maldad, la avaricia, la mentira, el egoísmo y la perversión. La pureza espiritual te conduce a la sabiduría y a la prudencia. Decía el filósofo Jaime Balmes (1810-1848) que “no hay sabiduría sin prudencia; no hay filosofía sin cordura. Existe en el fondo de nuestra alma una luz divina que nos conduce con indudable acierto si no nos obstinamos en apagarla”. Confucio (551-479 a.C.) solía decir a sus discípulos que “los cautos rara vez se equivocan”; y Eurípides (480-406 a.C.) afirmaba que “la temeridad es peligrosa en el jefe: el verdadero coraje es la prudencia”. Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65) iba más allá: “El que es prudente es moderado; el que es moderado es constante; el que es constante es imperturbable; el que es imperturbable vive sin tristeza; el que vive sin tristeza es feliz; luego el prudente es feliz”. Usa la esponja de tu espíritu para impregnarte de sabiduría.
Necesitas establecer una jerarquía de valores y objetivos en la vida. Es el momento de decidir a dónde vas, cómo vas y con quién debes ir. Toca marcar un rumbo al GPS. Es tiempo de planificación exquisita. Todos los grandes estrategas dedican un 80% del tiempo a planificar y un 20% a ejecutar. No es el momento de precipitarse con decisiones fútiles. No es el momento de equivocarse en los objetivos. Todo el tiempo que desprecies ahora lo echarás de menos en el futuro y ya no habrá posibilidad de recuperarlo.
Una vez que sepas a dónde quieres ir, mide el peso de las alforjas que le quieras cargar al burro para no reventarlo y lánzate a la acción. Será el momento del cumplimiento y la ejecución fiel de tus principios. Sé flexible para poder doblarte cuando los vientos sean fuertes y utiliza el viento a tu favor. Cuando llegues a una encrucijada y surja la duda que puede alterar tu objetivo, para, reflexiona, instrúyete para no desviarte por la ruta equivocada. Te ocurrirá muchas veces. Nunca te precipites ni dejes que las circunstancias te dominen. El hombre debe ser dueño de su historia.
Alguien dijo que la educación es un seguro para la vida y un pasaporte para la eternidad. Tu meta principal ahora, además de ser un buen ciudadano, es formarte para el futuro. La educación se mama desde la familia y la escuela. La educación universitaria no es un fin en sí misma sino un medio que te habilita y cualifica para hacerte un hueco en el mercado laboral y realizarte profesionalmente. La cultura es el entramado de tu esponja. En esta sociedad competitiva sólo triunfan los mejores. Competir es sano siempre y cuando demuestres que eres mejor que los demás. No caigas nunca en la perversión de los mayores que basan su triunfo en el exterminio de sus competidores. Mejor es aquel que lucha, se esfuerza y se sacrifica por superarse cada día. Mejor es aquel que es mejor entre los mejores. Quien necesita eliminar a sus colegas para demostrar al mundo su hegemonía es un pobre bastardo pervertido al que acabará destruyendo su inmoralidad.
Nunca olvides que el dinero debe ser la recompensa a tu éxito personal; no un fin sino el premio a tu profesionalidad y entrega. El dinero es necesario, pero no te hará feliz. Un día leí una máxima anónima que decía: “El hombre próspero es como el árbol: la gente lo rodea cuando está cubierto de frutos; pero en cuanto los frutos han caído, la gente se dispersa en busca de un árbol mejor”. Otro anónimo dice que “hay gente tan sumamente pobre, que sólo tiene dinero”. Por lo tanto, que no te ciegue el dinero. Piensa en Demócrito (460-370 a.C.) que decía que “los avaros son comparables a las abejas; trabajan como si fueran a vivir eternamente”. Tampoco olvides lo que hace tiempo dijo Averroes (1126-1198): “Cuatro cosas no pueden ser escondidas durante largo tiempo: la ciencia, la estupidez, la riqueza y la pobreza”. No está mal que recuerdes las ironías del gran Voltaire (1694-1778): “Cuando el dinero habla, la verdad calla”; o las de Arthur Schopenhauer (1788-1860): “La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da”. A tu edad ya habrás comprobado aquello que dijo Benjamin Franklin (1706-1790): “Presta dinero a tu enemigo y le ganarás; préstaselo a tu amigo y lo perderás”. No merece la pena dar importancia a las cosas materiales; después de todo, al final, cuando nos marchemos, todo se va a quedar aquí. Si te formas adecuadamente y trabajas con honradez, dinero y éxito se acercarán a ti sin que tú los busques. El disfrute de lo material tiene un gusto especial cuando lo has ganado con esfuerzo y sacrificio.
Ya sé que te preocupa el futuro. El futuro de hoy es mañana. Si no cultivas bien la tierra no puedes esperar que dé frutos. También sé que te preocupa el con quién. Ya has sufrido la experiencia de ver que no todos los amigos son realmente amigos. Hay que saber elegir los compañeros de viaje. Platón (428-347 a.C.) decía: “No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”; y nuestro Alfonso X el Sabio (1221-1284) escribía: “Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros, tened viejos amigos”. Para Aristóteles (384-322 a.C.), un amigo fiel era un alma en dos cuerpos; y para Jules Renard (1864-1910), un amigo era aquel que adivina siempre cuando se le necesita.
También es tiempo de pasar las fiebres del amor, esas tormentas sentimentales en las que unas veces el barco vuela en la cresta de la ola y otras se hunde en la oscuridad de los abismos. Dice un proverbio castellano que “el amor es como el fuego, que si no se comunica se apaga”. Antífanes (388-311 a.C.) ironizaba con que “hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: estar borracho y estar enamorado”. Para San Agustín (354-430) “la medida del amor es amar sin medidas”. Era un tipo muy fogoso. Para Santa Catalina de Siena (1347-1380) el amor más fuerte y más puro no era el que subía desde la impresión, sino el que descendía desde la admiración. Tiene truco. Por supuesto, no hace falta recurrir a los santos para encontrar sentencias bonitas sobre el amor, aunque, si quieres leer lo más hermoso que se haya escrito sobre el amor, te recomiendo una visita a la primera carta de San Pablo a los Corintios, en la que habla de la caridad (otra forma de amar). Y no te olvides que cuando se quiere dar amor, hay un riesgo: el de recibirlo; al menos eso pensaba Jean-Baptiste Poquelin (Moliére)(1622-1673), que no era un santo. Tampoco estaría mal que echases una ojeada a la obra de Paul Géraldy (1885-1954); decía que “hay que parecerse un poco para comprenderse; pero hay que ser un poco diferentes para amarse”. Es curiosa también la frase de Sigrid Lundset que dice que “hay quien ama a los animales y a las flores porque es incapaz de entenderse con su prójimo”. No tengas prisa por buscar la otra mitad de tu naranja. El Zietgeist germánico dice que las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir. En algún lugar del destino te está esperando Blancanieves.
Ya no te aburro más con estas cosas. Como puedes ver, ya casi todo está escrito; pero la novela de tu vida es tuya y sólo tuya. Espero que en tu ajetreada adolescencia encuentres otro ratito para intercambiar ideas con tu padre. Antes, permíteme decirte que las 3 reglas del principio (espíritu limpio, valores, metas) llevan implícitas una serie de disposiciones inherentes a todo corazón noble que no debes ignorar: Honestidad, lealtad, sinceridad, responsabilidad, respeto, autodisciplina, trabajo, esfuerzo, sacrificio…y algunas más. Son como los peldaños de una escalera que te eleva al umbral de la sabiduría. Entonces, serás un hombre.